Por Daniel Barrios
sep 05, 2015
A partir de entonces, y sin solución de continuidad, los titulares de la prensa internacional nos informaban de lunes, martes, miércoles, etcétera “negros”, de cómo un descenso de un punto porcentual en el índice Shanghai Composite significaba una pérdida de tanto por ciento en los principales índices mundiales (Dow Jones, Nasdaq 100, S&P 500, Nikkei, Dax, FTSE 100, Euro Stoxx 50, Eurofirst 300, etcétera). Hasta el BSE de Botsuana y el Malawi Domestic fueron mencionados entre las víctimas del tsunami desatado a orillas del Mar de China Oriental.
Hubo incluso quienes recurrieron a la teoría del caos, su sofisticado modelo matemático y a un viejo proverbio (también chino) –“El aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo”– para explicar la imprevisibilidad, las dimensiones y los alcances planetarios de la crisis financiera. Es innegable que el aleteo de la mariposa china podía, en teoría, y efectivamente pudo en la práctica, provocar un terremoto con epicentro en Shanghái pero con efectos inmediatos en todas las bolsas del mundo, que sepultó en una sola semana más de 3,5 billones dólares de riqueza financiera global y desde junio hasta la fecha transformó en escombros dos billones de dólares en China.
La bolsa, y los mercados de capitales en general, son los termómetros que miden la temperatura de las finanzas, pero, fundamentalmente, el estado de salud general de la economía real. En lugar de atosigar con índices bursátiles, la prensa y los analistas deberían concentrarse en los índices de crecimiento del producto, el comercio exterior, las inversiones y la deuda pública del gigante asiático. Entre otras cosas, porque era inevitable –y me atrevo a decir que hasta era saludable– que una bolsa que en un año llega a crecer más de 150 por ciento pierda 35 por ciento; esto no debería desvelar más de la cuenta. Lo pongo en otros términos: al poner el foco en el comportamiento de la bolsa se corre el riesgo de confundir la causa con los síntomas. Más que la caída del precio de las acciones nos debería preocupar la caída del import-export y de la industria manufacturera; más que a los indices de Shanghái y Shenzen deberíamos atender a los índices de crecimiento del producto.
Como quedó demostrado, los niveles de pérdida (el síntoma) se pueden pilotear autorizando al principal fondo de pensiones estatal a invertir hasta 30 por ciento de sus activos netos en acciones que coticen en los mercados nacionales, reduciendo las tasas de interés y los encajes obligatorios, prohibiendo la venta de valores a las empresas públicas que cotizan en bolsa y otras. No obstante, es necesario asumir quemientras no se corrijan los problemas estructurales que está enfrentando el cambio de modelo (su verdadera causa) promovido por Beijing, el miedo (¿pánico?) seguirá atormentando a los inversores grandes y pequeños, personales e institucionales.
En noviembre de 2013 la tercera sesión plenaria del Comité Central del Partido Comunista de China discutió y aprobó el conjunto de reformas más audaces y radicales de los últimos 35 años, que en esencia comportaban un cambio radical de su modelo de desarrollo.
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En la edición del 15 de noviembre de 2013 de Caras y Caretas escribí que China comenzaba a atravesar un camino irreversible de transformaciones, comparable solamente al de las impulsadas por Deng Xiaoping, el artífice del “socialismo con características chinas”. El verdadero problema, el que explica la actual crisis de los mercados financieros, es que el pasaje de una economía basada en las exportaciones y las inversiones a una alimentada por el consumo interno y los servicios se está mostrando mucho más complejo y dificil de lo que supuso Beijing. El aumento de salarios y la política demografica empiezan a incidir seriamente en la disponibilidad de una mano de obra barata que parecía inagotable. El gasto fiscal y el derroche de liquidez han generado un exceso de capacidad instalada y una burbuja inmobiliaria.
La enorme deuda acumulada, estimada en 28 billones de dólares, equivalente a 280 por ciento de su Producto Interno Bruto (PIB) y muy por encima de la de Estados Unidos, es también uno de los factores potenciales de riesgo, muchas veces subestimado. Parte importante de esa deuda procede de los gobiernos provinciales y de las empresas estatales, que –alentados por las autoridades centrales después de la crisis financiera global de 2008– aprovecharon las facilidades de crédito de los bancos estatales. Muchas de las inversiones financiadas con esos créditos blandos ofrecieron resultados muy pobres, y una reestructura de esa deuda se hace inevitable para recomponer el sistema financiero y el aparato productivo.
La desaceleración de la economía, la contracción de la producción manufacturera, y la disminución y la pérdida de competitividad de las exportaciones, por más que estuvieran previstas, preocupan a las autoridades. El objetivo de 7 por ciento para este año no será facil de alcanzar y pone en peligro la ocupación de la mano de obra disponible, la reducción de la pobreza y la estabilidad social que obsesiona al Partido Comunista.
A todo lo anterior se agrega que la desigualdad en la distribución de la renta y la riqueza generada por el modelo anterior es uno de los mayores obstáculos en el desplazamiento del protagonismo de la inversión hacia el consumo privado, la columna portante del nuevo modelo. Vale también la pena recordar que el consumo representa solamente 38 por ciento del PIB, muy por debajo del 70 por ciento de los países desarrollados, y que el PIB per cápita es inferior a 7.600 dólares anuales, menor que en Botsuana y Gabón.
Durante más de dos décadas, China creció a tasas de dos dígitos hasta convertirse en la segunda economía del mundo (la primera, si se mide a paridad de poder adquisitivo) y a representar 15 por ciento del valor de la producción mudial de bienes y servicios. Su deslumbrante expansión ha significado la mitad del crecimiento mundial y convirtió al país asiático en la verdadera locomotora de la economía planetaria, tanto para las economías emergentes exportadoras de materias primas como para economías de países desarrollados como Alemania.
Su exuberante nivel de reservas internacionales, consecuencia de los continuos superávits de la cuenta corriente de la balanza de pagos (y sus altos índices de ahorro interno) hizo de China una potencia inversora que acumuló activos en todas partes del mundo y se transformó en el banquero de Estados Unidos y de otros países desarrollados. El modelo que hizo posible todo esto es el mismo que las autoridades chinas han reconocido insostenible y agotado, y que desde fines de 2013 el gobierno y el Partido Comunista decidieron sustituir por lo que el presidente Xi Jinping gusta llamar “la nueva normalidad”.
Me vienen a la mente el epigrama de Juan de Mairena citado como epígrafe del poema ‘Muerte de Abel Martín’, de Antonio Machado: “Pensando que no veía / porque Dios no lo miraba, / dijo Abel cuando moría: / se acabó lo que se daba”. El modelo de Deng, “la vieja normalidad”, se acabó para siempre. Un nuevo modelo está naciendo. Los dolores de parto se harán sentir en los mercados financieros y, sobre todo, en la economía real, tanto en la china y en la del resto del mundo.
http://www.carasycaretas.com.uy/crisis-china-se-acabo-lo-que-se-daba/