IGNACIO FARIZA Madrid 7 SEP 2015
Una mujer cambia bolívares por dólares en una casa de moneda en Caracas, el pasado febrero. / REUTERS
América Latina ha aprendido la lección. Tras el brutal azote de la crisis de deuda externa de la década de los ochenta, cuando varios países se declararon en quiebra por no poder hacer frente a los compromisos con sus acreedores, en los últimos 15 años la región ha apostado por emitir deuda pública en moneda local en detrimento de la emisión en dólares. La estrategia de desdolarización, apoyada en el fortalecimiento de los mercados locales de bonos, permitirá, según la agencia de calificación de riesgos Moody’s, capear mejor las crecientes turbulencias en los mercados emergentes: les será más fácil devolver lo prestado en sus divisa, fuertemente depreciadas en los últimos meses, que en dólares, una moneda que no ha dejado de ganar valor en el último año y medio.
Una cantidad significativa de deuda en moneda extranjera ha sido una de las mayores fuentes de vulnerabilidad en el pasado y uno de los principales factores correlacionados con los impagos. La transición hacia el endeudamiento en divisa local es un argumento para pensar que la probabilidad de una crisis es menor que en décadas anteriores”, explican los analistas de Moody's en su exhaustivo análisis sobre la deuda de los países emergentes publicado la semana pasada.
Cuando un Estado logra financiarse en su moneda —como ha sucedido en Latinoamérica y en otros países emergentes—, el coste de la devolución de la deuda queda prácticamente a salvo de las fluctuaciones en los mercados de divisas. Esto es especialmente importante en un momento como el actual, cuando muchas monedas latinoamericanas están en mínimos de varias décadas.
Según los datos la calificadora estadounidense, en algo más de una década el porcentaje medio de deuda soberana de un ramillete países de referencia en la región (Argentina, Brasil, Chile, Colombia México, Perú y Venezuela) en moneda local ha pasado de suponer el 35% del endeudamiento total a cerca del 70%. En otras palabras, América Latina está hoy el doble de protegida frente a depreciaciones que a principios de siglo. La reducción en el porcentaje de deuda extranjera ha aminorado la fragilidad financiera externa de sus economías y, consecuentemente, la probabilidad de un accidente financiero.
Diferencias entre países
Esta desdolarización generalizada, sin embargo, lejos de ser homogénea guarda importantes diferencias por Estados. Chile, un país que en poco más de una década ha logrado triplicar su PIB por habitante gracias al tirón de las materias primas, es el mejor ejemplo del tránsito de una deuda en divisa extranjera (en su mayoría dólares) a una deuda en moneda local: entre 2000 y 2014 ha pasado de tener solo el 10% de su deuda en pesos a casi el 90% en 2014. Los progresos también son evidentes en Perú (ha pasado del 6% a cerca del 50%) y en Argentina (del 6% al 39%), aunque en ambos el porcentaje de pasivos en dólares no es suficiente como para considerarlos ajenos a toda turbulencia. Pero si un país ha logrado quedar prácticamente al margen del riesgo que conlleva la depreciación de su moneda para la deuda pública es, además de Chile, Brasil: hoy más del 94% de sus pasivos están denominados en reales. De no ser así, la depreciación del real —la gran divisa emergente que más ha retrocedido en el último año—, habría duplicado el coste de devolución de su deuda en los cuatro últimos años.
Roberto Frenkel, investigador principal del Centro de Estudios de Estado y Sociedad argentino, relaciona esta mejora en el perfil de la deuda de toda la región con el superávit por cuenta corriente (la diferencia entre los ingresos y los pagos al exterior por intercambio de mercancías, servicios, rentas y transferencias) hasta 2008 y el fuerte incremento de la inversión extranjera directa desde entonces. “Además, los regímenes cambiarios se han flexibilizado mucho desde entonces y se ha acumulado una cantidad importante de reservas internacionales”, explica por correo electrónico.
Pese a la protección que otorga tener una mayoría de la deuda en moneda local y la acumulación de reservas —dos factores que distinguen a la América Latina actual de la de finales de los noventa—, la región, como el resto de países emergentes, está inmersa en una espiral de la que es difícil adivinar su final. El desplome de las materias primas, cuyo precio medio retrocede un 30% en lo que va de año por una mezcla de sobreoferta y debilidad de la demanda, y la fuerte depreciación de sus monedas acechan a una región que ha vivido su particular década dorada mientras Occidente sufría los estragos de la Gran Recesión.
La amenaza china
A eso hay que sumar los incipientes problemas en la segunda potencia global, China, que en pocos meses ha pasado de ser considerada locomotora mundial a foco de males económicos. Según un reciente estudio de la consultora británica Oxford Economics tres de los seis países que más sufrirán la desaceleración del gigante asiático serán latinoamericanos —Brasil, Chile y Argentina—.
En un área tan dispar como Latinoamérica, en la que la interconexión de sus economías es sensiblemente inferior a la de otros continentes, una realidad común ha emergido en los últimos meses: el crecimiento se ha frenado en seco. Brasil —primera economía latinoamericana y séptima mundial— acaba de entrar en recesión, algo inimaginable hace menos de dos años; Venezuela vio cómo su economía se contraía un 3% el año pasado lastrada por la brutal caída en el precio del crudo y se convertía en el farolillo rojo de América; Argentina se ha estancado y su inflación sigue sin control; México resiste como puede los embates de la ralentización y Chile, Colombia y Perú, quizá los mejores exponentes de los años prodigiosos de la economía latinoamericana, han visto como su PIB pasaba de crecer a tasas inconcebibles al otro lado del Atlántico a crecimientos más modestos.
Esta desdolarización generalizada, sin embargo, lejos de ser homogénea guarda importantes diferencias por Estados. Chile, un país que en poco más de una década ha logrado triplicar su PIB por habitante gracias al tirón de las materias primas, es el mejor ejemplo del tránsito de una deuda en divisa extranjera (en su mayoría dólares) a una deuda en moneda local: entre 2000 y 2014 ha pasado de tener solo el 10% de su deuda en pesos a casi el 90% en 2014. Los progresos también son evidentes en Perú (ha pasado del 6% a cerca del 50%) y en Argentina (del 6% al 39%), aunque en ambos el porcentaje de pasivos en dólares no es suficiente como para considerarlos ajenos a toda turbulencia. Pero si un país ha logrado quedar prácticamente al margen del riesgo que conlleva la depreciación de su moneda para la deuda pública es, además de Chile, Brasil: hoy más del 94% de sus pasivos están denominados en reales. De no ser así, la depreciación del real —la gran divisa emergente que más ha retrocedido en el último año—, habría duplicado el coste de devolución de su deuda en los cuatro últimos años.
Roberto Frenkel, investigador principal del Centro de Estudios de Estado y Sociedad argentino, relaciona esta mejora en el perfil de la deuda de toda la región con el superávit por cuenta corriente (la diferencia entre los ingresos y los pagos al exterior por intercambio de mercancías, servicios, rentas y transferencias) hasta 2008 y el fuerte incremento de la inversión extranjera directa desde entonces. “Además, los regímenes cambiarios se han flexibilizado mucho desde entonces y se ha acumulado una cantidad importante de reservas internacionales”, explica por correo electrónico.
Pese a la protección que otorga tener una mayoría de la deuda en moneda local y la acumulación de reservas —dos factores que distinguen a la América Latina actual de la de finales de los noventa—, la región, como el resto de países emergentes, está inmersa en una espiral de la que es difícil adivinar su final. El desplome de las materias primas, cuyo precio medio retrocede un 30% en lo que va de año por una mezcla de sobreoferta y debilidad de la demanda, y la fuerte depreciación de sus monedas acechan a una región que ha vivido su particular década dorada mientras Occidente sufría los estragos de la Gran Recesión.
La amenaza china
A eso hay que sumar los incipientes problemas en la segunda potencia global, China, que en pocos meses ha pasado de ser considerada locomotora mundial a foco de males económicos. Según un reciente estudio de la consultora británica Oxford Economics tres de los seis países que más sufrirán la desaceleración del gigante asiático serán latinoamericanos —Brasil, Chile y Argentina—.
En un área tan dispar como Latinoamérica, en la que la interconexión de sus economías es sensiblemente inferior a la de otros continentes, una realidad común ha emergido en los últimos meses: el crecimiento se ha frenado en seco. Brasil —primera economía latinoamericana y séptima mundial— acaba de entrar en recesión, algo inimaginable hace menos de dos años; Venezuela vio cómo su economía se contraía un 3% el año pasado lastrada por la brutal caída en el precio del crudo y se convertía en el farolillo rojo de América; Argentina se ha estancado y su inflación sigue sin control; México resiste como puede los embates de la ralentización y Chile, Colombia y Perú, quizá los mejores exponentes de los años prodigiosos de la economía latinoamericana, han visto como su PIB pasaba de crecer a tasas inconcebibles al otro lado del Atlántico a crecimientos más modestos.