Ayer recibió su décima prisión perpetua. Esta vez fue por el caso de tres jóvenes de la Juventud Universitaria Peronista que fueron secuestrados el 2 de junio de 1976 y luego fusilados. El represor dijo que nunca persiguió “a nadie por sus ideas políticas”.
Por Marta Platía
A pocos días de cumplir sus 88 años el próximo 19 de junio, el jefe de represores Luciano Benjamín Menéndez escuchó ayer su condena número doce por crímenes de lesa humanidad (decima a perpetua) y se convirtió así en el militar argentino record en el rubro. Un galardón por la negativa, en el cual incluso es record en el mundo, ya que Argentina es la única nación que ha juzgado a sus genocidas en su propio territorio y con sus propias leyes vigentes en este tipo de juicios. Procesos judiciales sólo comparables a los de Nüremberg en 19461947; sólo que entonces los tribunales estuvieron constituidos por magistrados de los países aliados que ganaron la Segunda Guerra Mundial: Estados Unidos, la Unión Soviética, Inglaterra y Francia; un detalle que resaltó –y más de una vez– el juez español Baltasar Garzón a propósito de estos juicios en la Argentina.
Pasado el mediodía, el Tribunal Oral Federal Nº 2 de Córdoba, integrado por Vicente Muscará, Juan Carlos Reynaga y Mario Eugenio Garzón, condenaron a Menéndez a “prisión perpetua e inhabilitación absoluta”, ya que consideraron que “los hechos juzgados fueron ejecutados en el marco del terrorismo de Estado y por lo tanto constituyen delitos de lesa humanidad, imprescriptibles e inamnistiables”.
Esta palabra, “inamnistiables” fue pronunciada por primera vez en boca de un juez en lo que va de los (ya) cinco juicios que se hicieron en Córdoba a los represores de la dictadura desde 2008, y causó una gran alegría entre el público que abarrotó la sala de audiencias y las escalinatas de tribunales.
“Ojo –aclaró el fiscal Facundo Trotta–, esto siempre figura en la parte de los fundamentos de todos los juicios. Todos son inamnistiables. Pero sí, no recuerdo haberlo escuchado en la parte resolutiva, en la lectura del veredicto que hacen los jueces”, apuntó a Página/12. Por su parte, Miguel Angel “Tito” Villanueva, hermano de una de las víctimas se alivió: “Eso les dejará en claro a los gobernantes que pretendan dejar en libertad a estos y otros condenados en los años que vengan, sean del signo político que sean, que no podrán hacerlo. Que no hay amnistía en estos crímenes”.
Tres jóvenes acribillados
Si hay justicia en el tiempo, este es uno de esos días que trazan parábolas que inducen a creerlo: hoy se cumplen exactos 39 años del crimen por el que se condenó ayer a Menéndez. Aquel 2 de junio de 1976, Ana María Villanueva, de 23 años; Carlos Delfín Oliva, de 20, y Jorge Manuel Diez, de 26 –todos de la Juventud Universitaria Peronista (JUP)– estaban en la esquina de Caraffa y Octavio Pinto, en el norte de la ciudad de Córdoba, cuando fueron secuestrados por una patota del entonces jefe del Tercer Cuerpo de Ejército. Los jóvenes fueron arrojados dentro de un auto y llevados cerca del actual estadio de fútbol del Chateau Carreras. Allí, sin más, los fusilaron. Durante el juicio los testigos detallaron que “entre los tres cuerpos, sumaban más de 140 proyectiles de FAL”.
A la salida del veredicto, y cuando todavía se secaba las lágrimas, Tito Villanueva mostró a este diario su vieja corbata bordó con lunares rojos: “La tenía puesta cuando nos dieron el cuerpo de mi hermana. Cuando la velamos. Ahí le prometí que iba a perseguir a quien la mató. Que buscaría Justicia. Hoy llegó el día y siento que estoy en paz con ella y con los compañeros”.
Un “vencedor” de la Tercera Guerra
Poco antes, cientos de familiares y jóvenes que se acercaron a escuchar el veredicto de los jueces tuvieron que hacer esfuerzos por mantenerse en silencio y digerir la insólita cantidad de desatinos que pronunció Menéndez en el ejercicio de su derecho a decir sus últimas palabras antes de ser condenado. Además de su acostumbrada diatriba, esta vez sumó algunas variantes que provocaron hilaridad en el público: “Esto no fue una guerra intestina –remarcó con tono entre marcial y de suspenso–. Esto fue la Tercera Guerra Mundial”, dijo, ante la carcajada masiva, inevitable; al punto de que él mismo siguió, haciendo gestos con la mano para intentar acallarlos, “se los voy a explicar para que no se rían”. Pero el comienzo de la explicación fue aún más delirante: “Todo comenzó con una reunión en Icho Cruz (un pueblito cercano a Carlos Paz, en las sierras de Córdoba) en 1959...”. De inmediato siguió la frase que lo convertiría, en la sucesión de hechos, en el vencedor de esa supuesta Gran Guerra: “Tenemos el dudoso mérito de ser el único país del mundo en juzgar a su ejército victorioso”. Tras lo cual se hizo cargo de sus subordinados y del “triunfo”. Algo que viene repitiendo desde su primera condena, el 24 de julio de 2008.
Siempre en esa línea, no perdió oportunidad de acusar al gobierno constitucional de Cristina Fernández de Kirchner: “Desde hace diez años que tenemos un gobierno dictatorial y despótico”. Y siguió: “Los guerrilleros en el poder buscan matar dos pájaros de un tiro: desprestigiar a la Justicia presentándolos como cómplices, y por otro al Ejército”. En ese punto le robó letra a su ex jefe, el dictador muerto Jorge Rafael Videla, cuando decía que “este gobierno ha hecho la revolución al modo gramsciano”.
De traje azul, camisa blanca y un estado de salud que sorprendió por su vitalidad, Menéndez se atrevió a decir también, “nosotros nunca perseguimos a nadie por sus ideas políticas”. Y, como ha ocurrido en juicios anteriores, volvió sobre el tema de las Brigadas Rojas italianas, refiriéndose al “cáncer que había tomado a ese país y que había que extirpar”; aunque sin admitir la verdad histórica: que en Italia, y aun cuando en 1979 las Brigadas Rojas habían tomado de rehén al primer ministro Aldo Moro y las autoridades hubiesen podido obtener datos de los prisioneros que habían atrapado; su “colega” el militar jefe a cargo del antiterrorismo Carlo Alberto dalla Chiesa, se negó a torturar. “Italia puede darse el lujo de perder un primer ministro –dijo–, pero no de instaurar la tortura.” A la hora de la sentencia, en cambio, el represor eligió no permanecer en la sala.
A la salida de tribunales y bajo un sol que brilló en el otoño cordobés, el querellante Claudio Orosz opinó que “la prueba contra él era superabundante. Abrumadora. Está claro que Menéndez tenía una metodología en Córdoba, que engañaba a población tratando de hacerle creer que había una guerra y que esa guerra se libraba en las calles con enfrentamientos; cuando en realidad se trataba de fusilamientos encubiertos”. Por su parte, las dos “viejas” emblemáticas de Córdoba, Sonia Torres, titular de Abuelas de Plaza de Mayo, y Emi de D’Ambra, de Familiares, dijeron estar felices con esta nueva condena: “La lucha ha sido larga. Sigue siendo muy larga –se adelantó Sonia–, pero poco a poco vamos encontrando la justicia que tanto buscamos. Nos faltan los nietos, pero también van a llegar. Ahora, otra vez, ver a Menéndez condenado ayuda a seguir. Ayuda a sentir que eso que nos dijo Néstor Kirchner y que parecía increíble, pudo hacerse”. A su alrededor, cientos de personas cantaban y festejaban blandiendo los ya clásicos claveles rojos con los nombres de los desaparecidos.
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