Cristina le dejará un país sumamente incómodo al que venga, si el que viene no está dispuesto a mantener vigentes cada una de las conquistas nacionales y sociales que se lograron en estos doce años de pura incomodidad también, de tanta rispidez
Por Sandra Russo
Quizá, para visualizar y comprender de qué se han tratado estos doce años que ayer, en la última apertura de la Asamblea Legislativa de su mandato, la presidenta Cristina Kirchner puso en valor, como es su costumbre, a través de datos puntualizados área por área, convenga unir el principio de su discurso con el final. “Dejamos al país desendeudado”, fue la frase que, después de una breve introducción sobre la futura y drástica reducción de los pagos externos a partir 2017, primero levantó los aplausos de los bloques oficialistas y de las miles de personas que llenaban la Plaza del Congreso. Casi tres horas más tarde, la Presidenta se despidió diciendo que deja un país cómodo para la gente, no para los dirigentes políticos.
El desendeudamiento es uno de los ejes sobre los que el kirchnerismo pivoteó de entrada, el que Néstor Kirchner trajo en mente desde el sur cuando asumió en 2003, y cuyo rumbo no abandonó él pero sobre todo no abandonó ella, que era la Presidenta cuando arreciaron los ataques de los buitres –indisociables, ya a esta altura de nuestra percepción, del lobby al que es vulnerable la Justicia norteamericana, y del sponsoreo de algunos nacionales– y cuando los principales dirigentes del arco opositor opinaron que “había que pagar”, lo cual hubiese significado tirar por la borda una década de esfuerzo colectivo, por un lado, y subirse a un bólido sin control, porque así es el lado del mundo al que ese mismo arco opositor nos pretende de nuevo asociados, y no como pares sino en el rol subalterno de siempre.
A lo largo del discurso, la Presidenta fue hilvanando después una larguísima secuencia de derechos ampliados, de estrategias contracíclicas, de políticas sincronizadas en diferentes áreas. Embarazadas y madres que cobran la AUH pero a cambio deben vacunar y escolarizar a los niños. Jubilados que no deben reclamar dos aumentos por año porque los reciben por ley. Cobertura previsional al cien por cien. Paritarias. Empresas subsidiadas en situaciones críticas para evitar pérdidas en los seis millones de empleos creados anteriormente. Los créditos del Pro.Cre.Ar, los méritos de los planes Progresar, Fines, Nacer. La carta de vacunación más completa y el salario más alto de América latina. La lista seguiría un par de párrafos, pero allí pueden verse a los beneficiarios por excelencia de este proyecto político, que son los que hasta el 2003 no tenían nada. Esos que hoy siguen siendo los más débiles, porque la lista de cuentas pendientes sería tan larga o más que la de lo resuelto. Es que aquí no hubo ninguna revolución. Lo que hubo fue una sorpresa hace doce años, y después el desarrollo de un proyecto político cuya única garante hoy es la dirigente Cristina Kirchner, que ayer deslizó cierta nostalgia por el debate parlamentario.
Ayer Cristina reiteró que buena parte de esos planes y políticas dirigidas a los sectores vulnerables hubiera sido imposible si no se recuperaban los fondos previsionales que hasta su reestatización eran el jolgorio de los bancos y algunos avivados. Pero tanto esa recuperación como el uso que se les dio también hubieran sido imposibles sin soberanía política, y ése es el fruto dulce del desendeudamiento. La libertad de acción y de gestión. Exactamente lo mismo por lo que luchan ahora algunos pueblos europeos. En el tramo más denso, más espeso del discurso, el referido a la AMIA, además de hacer referencia al escandaloso mutis por el foro de la Corte Suprema en la causa del atentado a la embajada de Israel, la Presidenta volvió a hablar de geopolítica, del mismo modo que cuando habló sobre los acuerdos con China. Porque para eso sirve la independencia económica, para lograr la soberanía política. Y en este caso para elegir los socios sin consultar con ninguna embajada extranjera ni ningún organismo de crédito internacional.
Si uno mira esta sociedad de abajo para arriba y no al revés, que es lo que hacen los grandes medios, después de estos doce años hay millones de argentinos que se han empoderado, porque comer todos los días, mandar al chico a la escuela y tener un trabajo estable es lo que hace la diferencia entre alguien que está adentro y alguien que se quedó afuera. Entre la inclusión y la exclusión. El modelo que describió ayer la Presidenta se hace claro a los ojos no sólo de sus beneficiarios directos, sino también de los que siempre han creído que el Estado debe servir para eso, para sostener a los que se pueden caer o se han caído. El desendeudamiento es clave para cualquiera que venga: da libertad. Ahora vendrán preguntas más complejas, como por ejemplo: ¿quieren los dirigentes políticos del arco opositor esa libertad? ¿La valoran o serán esa libertad de acción y de gestión, una excusa menos para salir del paso cuando dejen de mirar para abajo –casi ninguno de ellos lo hace: miran a la cámara–, y beneficien a los históricamente privilegiados de las dictaduras y de las democracias argentinas?
En ese sentido, el discurso cerró como empezó: Cristina le dejará un país sumamente incómodo al que venga, si el que viene no está dispuesto a mantener vigentes cada una de las conquistas nacionales y sociales que se lograron en estos doce años de pura incomodidad también, de tanta rispidez. El kirchnerismo no es almibarado, es cierto. Cristina no es proclive a invitar a tomar el té. Pero cada una de esas conquistas, a pesar de las mayorías parlamentarias, fue ganada con dosis monumentales de trabajo, arrancada en un mar de injurias, insultos, mentiras y operaciones. Nueve de diez de los que conocemos hubiesen tirado la toalla a mitad de camino. Sólo un fuerte encuadramiento ideológico que sostiene al Estado como un árbitro entre fuertes y débiles, sólo con ese rasgo estructural, ella pudo llegar a este día, con la redistribución de la riqueza en marcha.
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