2 jun 2015

Uruguay: la pobreza, el capitalismo y sus paliativos

Por Eduardo Camin

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Recientemente se dio una soslayada confrontación en el ejecutivo uruguayo en torno a la interpretación de las cifras la pobreza. Una diatriba cuyo telón de fondo era la mera interpretación de las cifras que se manejan en torno a la pobreza. Precisamente, porque no es fácil definir la pobreza, es por lo que se hace más difícil todavía evaluarla.
Y es que el malestar que una situación de pobreza causa a la persona que la sufre es imposible cuantificarla directamente, y bastante menos compararla con la de otra persona en situación parecida. De aquí que comprendamos, aunque no justifiquemos, que para evitar estos inconvenientes, algunos trabajos reduzcan la identificación y la medición de la pobreza a una mera cuestión de axiomas y funciones matemáticas.
Porque si algo tiene la pobreza, es el de ser rica en denominaciones. Entre otras razones, por la persistencia de las situaciones tan variadas de pobreza que puede atravesar una persona pobre, alguien “que escapa a las normas sociales y culturales ordinarias y que nos molesta por ser diferente”. La pobreza es un mal mundial -más de dos tercios de los habitantes del planeta viven en la pobreza-, por tanto, las propuestas para abatirla son múltiples y variadas. Pese a todo, la pobreza todavía constituye un fenómeno secular de solución aparentemente imposible.
Las generalidades como las generalizaciones a menudo no brindan los resultados esperados. Así, quienes afirman sin más que la pobreza siempre ha existido y que por ende siempre existirá, no entienden que el capitalismo genera su propia pobreza y de entrada niegan la posibilidad de buscar alternativas reales de solución para la misma.
Ello es así por la misma forma en que tradicionalmente se ha abordado o planteado el problema. Para iniciar es preciso reconocer y aceptar sin mayores dificultades que el sistema genera pobreza y que, por tanto, resulta ilusorio creer que el simple crecimiento económico conducirá por sí mismo a la eliminación de la pobreza. No es posible encontrar soluciones para erradicar la pobreza, en tanto y en cuanto se recete a los países y sus pueblos capitalismo y más capitalismo.
Al parecer, éste ha sido el principal problema que han enfrentado tanto los teóricos del desarrollo, como las distintas agencias que se han ocupado de combatir la pobreza a nivel mundial. Por eso nos sigue resultando paradójico pensar que las soluciones nacerán en el seno del capitalismo. Más sorprendente aún que siendo un orden social y político fundado en relaciones de explotación, se imponga límites éticos a sí mismo en su proceso de acumulación de capital y de creación de plus valor.
El capitalismo, en su dinámica, ha sabido integrar el tiempo cronológico e histórico al tiempo único de la valorización del valor del capital. La civilización occidental y la razón cultural que nacen con el capitalismo se identifican con el sistema colonial, la expansión del cosmos burgués y la organización de la economía de mercado.
Este se convierte en un principio regulador para el desarrollo del conocimiento y del saber científico y técnico. Por tanto en su práctica política se apropia de la democracia, la considera presa de su devenir histórico, haciéndola compatible con la explotación, la desigualdad y la injusticia social.
En este proceso de cálculo racional de utilidades y beneficios del capital lo podemos observar en todos los estudios realizados por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, o el Banco Interamericano de Desarrollo para establecer los límites económicos de la pobreza y del individuo considerado pobre.
Los pobres y su pobreza argumentan, configuran una realidad particular que afecta a un grupo determinado de la población cuya especificidad está en la carencia de recursos y medios adecuados para consumir en el mercado. Por tanto, los estudios deben ir destinados a lograr la incorporación del pobre en el circuito de la economía de mercado. ¿Cómo viven? ¿Cuántos son? ¿Qué comen? ¿Cómo piensan? Este cuestionario se formula a nuestros gobiernos por los organismos financieros internacionales, con el objetivo de obtener el conocimiento lo más exacto posible de los diferentes tipos y comportamientos de los “pobres” en la dinámica de la economía de mercado.
Así surgen los prototipos de pobreza y de pobres. Pobres con zapatos, o sin ellos, con educación primaria o sin ella; casados, divorciados o solteros, con pantalones largos, cortos o desnudos impúdicos; con hijos o sin hijos; pobreza mínima, extrema, moderada, umbral de la pobreza, pobres recicladores con carro o sin carro, con caballo o sin él.
La larga marcha asistencialista de los planes contra la pobreza continúa. Pero en materia de pobreza no es bueno recorrer los caminos por los atajos, promoviendo la misma política económica que la genera. Ya que a la jungla de cemento y barro de la indigencia, se le opone la verde pradera de los organismos financieros, donde cada día nos fijan sus propias fronteras, hacia el reinado de la confusión. Por eso, necesariamente nuestros pobres siguen siendo objeto de estudio, se clasifican y ordenan en función del grado de carencias observables.
Así, estadísticamente, vamos viendo cómo gracias a la gestión del gobierno se observan avances en la materia que podrían sorprender a más de un experto. En efecto, en dos mandatos de gobiernos progresistas tenemos índices dados a conocer por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) que nos sitúan en los primeros lugares, menor pobreza, menor indigencia y mejor distribución.
De un solo plumazo estadístico desaparecen, y ya se puede pertenecer al ‘tercio rico de los pobres míseros’ y corregir el rumbo al ‘tercio pobre de los menesterosos extremos’. Pobres a un dólar o pobres a dos dólares, esta podría ser la ecuación de la ironía, sino fuera porque la realidad no nos deja margen para la misma. Analizar la muerte con el hacha de nuestro verdugo -el cual mide la riqueza por el grado de los bienes de consumo- nos conducirá a una guerra de segregación entre los pobres.
Toda esta parafernalia permite establecer diferencias en los estratos de pobres y “relativizar” el concepto de pobreza, eliminando de la explicación las causas sociales que la provocan. Tratando de demostrar, exclusivamente los efectos perniciosos que tiene para el buen funcionamiento del país y de la economía de mercado la existencia de una gran cantidad de pobres que no generan rentabilidad alguna.
La solución propuesta, en la lógica del cálculo racional del capital, no hace más que avalar el sistema que engendra esta situación, ya que no se consiste en erradicar las causas de la pobreza provenientes de los estilos concentradores y excluyentes de crecimiento económico capitalista. Sino, lo que se pretende es construir un nuevo tipo de pobre y de pobreza adecuados a la racionalidad del mercado de un mundo globalizado. Sea dueño de su destino genere su propia empresa Y esta visión esperpéntica se ve coronada con la mitificación de la “informalidad legalizada” o el ‘capitalismo popular’ como también se le denomina.
En ese sentido crecen como hongos los organismos no gubernamentales (ONGS) con sus múltiples iniciativas y planes de apoyo inherentes a los pobres y a esta “informalidad legalizada”, en la cual todos se sienten libres, hurgadores, comerciantes de feria, etc.
En ese marco los pobres, participan, producen, construyen su futuro, controlan recursos, dinero y están convencidos de su éxito. Este es un elemento sustancial en el mito del capitalismo y de la economía de mercado, ya que existe una tendencia “natural” a identificar democracia con capitalismo, negando así la idea de que el capitalismo es un sistema de explotación y dominio desde el cual -ya lo hemos señalado en repetidas ocasiones- la democracia se interpreta como un conjunto de reglas de juego.
El capitalismo muestra su verdadero rostro en aquellos lugares donde puede ejercer, sin límites, su poder omnímodo para explotar, oprimir y mantener el orden político económico de desigualdad e injusticia social. No deberíamos olvidar, ni descartar las ideas del pasado: luchar por la democracia y contra la pobreza es luchar por superar el orden capitalista.
Todo lo demás del juego político es formal y adjetivo y en algún caso hasta despreciable. Las llaves que cierran las puertas a la pobreza será el sentido social que genera el trabajo digno, el que marcara la diferencia y establecerá la distancia entre la justicia y la injusticia, ese es el horizonte que mide el valor real entre los pobres.
Esto implica un rechazo del sistema capitalista como base de la organización social y política. Esto compromete a pensar y organizar una sociedad diferente, sin clases. Organizada en función de las necesidades de todos sus miembros, y no donde el objetivo motor sea el beneficio para unos pocos.