12 oct 2015

A dos semanas de las elecciones presidenciales en Argentina, un análisis sobre el legado de los tres mandatos kirchneristas

Por Mario Wainfeld

Doce años largos de gobierno, un legado amplio. Remembranzas de otros años terminados en “5”: 2005, 1945, 1955. Lo que construyó y pensaba Kirchner. Las presidencias de Cristina, cambios de etapa. El kirchnerismo y el primer peronismo, analogías a la distancia.


Quedan dos semanas para las elecciones generales y menos de dos meses para la transmisión de mando. Los poderes fácticos nunca bajan la guardia así que nada está escrito de antemano. Acá a la vuelta, en Brasil, tramaron una operación mediática desestabilizadora en la víspera misma de la reelección de la presidenta Dilma Rousseff. Tal vez acá tengan una baza oculta y similar. Puede pasar, no se sabe. Por ahora, todo indica que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner le entregará la banda a su sucesor en tiempo y forma, con un contorno estable y razonable.


La tradición nacional transforma esa supuesta rutina en algo valioso y no tan frecuente. El presidente Raúl Alfonsín anticipó meses la transición para que asumiera Carlos Menem, que había ganado las elecciones. Fernando de la Rúa, el otro mandatario radical ulterior a 1983, terminó mucho peor: con dos años de anterioridad y con bruta crisis institucional. Eduardo Duhalde desempeñó un interinato que debió abreviar por motivos conocidos y sangrientos. Llegó tras Adolfo Rodríguez Saá quien duró una semana.


Este cronista es refractario a las comparaciones con etapas históricas anteriores a la recuperación democrática. Interpreta que las diferencias de época les restan precisión y hasta pertinencia. Para quien disienta con ese parecer valga rememorar que Hipólito Yrigoyen y Juan Domingo Perón fueron depuestos por sendos golpes de estado cuando cumplían su segundo mandato constitucional, consagrado en elecciones libérrimas. Arturo Frondizi y Arturo Illia, consagrados con proscripción del peronismo, sufrieron suerte similar.


La transición del segundo período de Cristina apunta a ser prolija, conforme al calendario pautado hace años. El término de comparación más cercano es del ex presidente Carlos Menem en 1999. Hay sensibles diferencias en la coyuntura de la partida y también en el modo en que tramitaron la sucesión.


Menem quiso desvirtuar la legalidad. Ya vencido, se enfrentó frontal y hasta brutalmente con Duhalde, su ex compañero de fórmula y candidato peronista.


Más allá de especulaciones interpretativas o meras sanatas, Fernández de Kirchner no instó una reforma constitucional ni alguna movida plebiscitaria para prolongar su estadía en la Rosada. Ahora acompaña jugando fuerte la candidatura del gobernador Daniel Scioli. Es diáfano que éste no es un sucesor ungido por la líder del Frente para la Victoria (FpV) ni un representante cabal de su visión de la Argentina.

Es prematuro vaticinar escenarios cuando no se sabe ni siquiera el resultado del comicio pero el comportamiento de la presidenta hasta ahora ha sido sistémico y sin los tics más rupturistas de los líderes carismáticos más obcecados o encerrados en su círculo.

Legados: Cristina hace campaña y se va despidiendo… son dos caras de una misma moneda. Convoca al voto popular invocando lo realizado en más de doce años de gestión.

Más pendientes de la forma que del mensaje, por ideología y por conveniencia, sus adversarios despotrican contra las cadenas nacionales y desoyen las enumeraciones que son impactantes.

La deuda externa seguirá gravitando pero se ordenó en buena medida y se disminuyó su ratio con relación al Producto Bruto Interno (PBI) que creció exponencialmente.

Se crearon millones de puestos de trabajo, aumentó la afiliación sindical. La tasa de desempleo bajó drásticamente y se mantiene muy lejos de los dos dígitos.

Quedan problemas severos para intentar resolver. La desigualdad es el primero, en opinión de quien esto firma. Cuesta mensurarla… es más sencillo recordar que un tercio de la clase trabajadora es informal, sin acceso fáctico a los derechos que sí ejercen compañeros de clase que trabajan en relación de dependencia.

El saldo institucional del kirchnerismo es menoscabado, ninguneado o sencillamente negado por la Vulgata dominante lo que no le resta entidad. En una escala de valores subjetiva subrayamos primero una parte de los progresos en materia laboral y social. Jubilaciones cuasi universales, con aumentos semestrales estipulados por ley. La Asignación Universal por Hijo (AUH), innovación de la etapa que se actualiza de igual modo. Las convenciones colectivas libres y en alza. El Consejo del Salario mínimo vital y móvil. La paritaria nacional docente. Los programas Progresar y ProCrear. Los nuevos regímenes para empleadas de casas particulares y trabajadores rurales. 
No es poco, ni se enumeran todos.

En otro carril, se legisló el matrimonio igualitario y normas ampliatorias de derechos de minorías y de género.

Se promulgaron Códigos de fondo, que superan por mucho a los vetustos volúmenes mal emparchados que databan de décadas o siglos atrás. Son perfectibles, abiertos a que leyes nuevas avancen o rectifiquen sobre el terreno trazado.

Tecnópolis y el Centro Cultural Kirchner son territorios amplios, de calidad, generosos y gratuitos que mejoran la oferta de bienes culturales o de esparcimiento. Una está en el Conurbano, el otro en la Capital. Miles y acaso millones de argentinos que recorren toda la escala social los fatigan día a día. Claro que en el futuro se los podrá gerenciar novedosamente o hasta cambiar su nombre, si le place a los que vendrán. Pueden “destituir” a Kirchner o llamar “Negrópolis” a Tecnópolis como lo hacen en quinchos VIP. Aun así, la comunidad amplió su patrimonio: atesora una base material bella y sólida para movidas novedosas o creativas.

“Ella” gobernó desde 2007. Dos años antes amojonó el primer hito de su trayectoria electoral ascendente.

2005: El 2005 fue un año muy propicio para Kirchner y su proyecto político. Crecía todo lo que él pulsaba a diario: el PBI, las reservas, su propia imagen, la popularidad de sus acciones de gobierno. El primer canje de deuda había sido un éxito, advendría el desendeudamiento respecto del Fondo Monetario Internacional. La Cumbre de Mar de Plata abría un horizonte luminoso en la región sepultando al ALCA y revelando la vigencia de liderazgos políticos diversos aunque convergentes en buena medida. El Consejo del Salario se convocó por primera vez, la CTA tenía sus sillas en la mesa. Kirchner lo cerró aumentando lo pactado entre las representaciones patronales y gremiales. El pequeño milagro que era un signo de época, arduo para repetir más adelante.

Kirchner fechaba la salida del purgatorio: 10 de diciembre de 2007. Calculaba que para consolidar el “modelo” serían necesarios al menos diez años continuos de gobierno. Confiaba en lograrlos. El hombre no macaneaba cuando hablaba de política. Creerle era factible pero resultaba peliagudo compartir su optimismo o voluntarismo o utopismo. Ni qué decir cuando empezaba a insinuar que no iría por la reelección. Desafiaba al manual pero lo tenía en la cabeza y sabía ser obcecado.

Siempre precisaba y (re)quería más. Entre otras variables le era imperioso acrecentar su poder y construir un sustituto de la segunda vuelta electoral ganadora que le había birlado la mala fe de Menem. Pulsear con los poderes fácticos y foráneos era su praxis cotidiana. Hacerlo por el poder político, una necesidad. Esa disputa exigía confrontar dentro del peronismo, más allá de debates académicos sobre su historia, composición o pertinencia. Cristina Kirchner, se sabe, fue la primera candidata en la provincia de Buenos Aires, en pos del plebiscito que faltaba.
Antes de que se conociera el escrutinio ya estaba decidido que sería la candidata en 2007. La capacidad de la candidata en campaña y la formidable cosecha de votos reforzaron la hoja de ruta.

Más Estado y menos laborismo: El imaginario del primer kirchnerismo no otorgó centralidad a las políticas sociales a las que consideró consecuencias del crecimiento económico. “El trabajo” y el pleno empleo eran las claves para superar la pobreza, el desmantelamiento del aparato productivo y la perdida de la autoestima colectiva. Esa concepción, llamémosla laborista asumiendo que simplificamos, se reveló insuficiente para la nueva estructura socio económica de la Argentina.

La valoración del rol del estado y de la especificidad de las políticas sociales es concomitante con el primer gobierno de Cristina Kirchner.
La recuperación-reestatización del sistema jubilatorio es pieza clave de ese enriquecimiento conceptual. La AUH valió como asunción de que “tener trabajo” no equivalía a cubrir todas las necesidades de una fragmentada y desigual clase trabajadora.

La estructura de la protección social amplia, con cobertura de toda la población (o, ay, casi toda) enriqueció el legado.

El rol del estado mutó, acorde con las exigencias de la economía globalizada y en crisis permanente a partir de 2008.

El conflicto con “el campo” seguramente apuró los tiempos. El gobierno incurrió en varios errores y fue derrotado en el Congreso. Kirchner dijo entonces que esas contingencias adversas “parieron el gobierno de Cristina”. En el momento, sonaba a disparate o a consuelo. Con el tiempo se comprobó que era un diagnóstico bastante certero. ¿Lo sabía o lo deseaba y trataba de ayudar a construirlo? No hay modo de chequearlo. Y, ya que estamos, en política o en la vida querer algo es un primer paso (necesario aunque no suficiente) para tratar de construirlo.

La recuperación de empresas estatales estratégicas (regaladas o malvendidas antaño a la codicia privada o estatal de otros países) es otro avance del que hubo atisbos previos al 2007 pero que se consolidó desde entonces.

Prioridades, objetivos e instrumentos: El tercer mandato fue el más difícil, en parte por condicionantes internacionales, en parte porque perdieron eficacia instrumentos que habían sido muy funcionales en los años precedentes. La restricción externa creció como problema y condicionante del porvenir. La industria local perdió empuje como creadora de empleo y reveló falencias estructurales.

De cualquier manera el kirchnerismo sostuvo con obstinación y alta eficacia varios objetivos centrales: el empleo, el consumo interno como motor de la economía, un esquema amplísimo de protección social, el achicamiento de la deuda externa. 

Ninguno llegó al summum pero todos son incomparables con la herencia que, aunque algunos necios lo nieguen, obró como condicionante severo.

Tales objetivos suponen asignación de recursos, no hay política económica que no ponga plata o no discierna prioridades. Las predilectas del oficialismo son consistentes con la tradición nacional popular, en su versión del siglo XXI.

Cuando están por cumplirse setenta años del 17 de octubre, vale la pena rememorar lo que se pensó sobre el primer peronismo. No se presupone que la historia se repita monótonamente pero hay constantes dignas de observación. En su momento se creyó que el justicialismo era un epifenómeno de la forzosa sustitución de importaciones o un cover local del fascismo. Se supuso que fuera del estado se marchitaría. Para ayudar a la profecía, los revolucionarios libertadores de 1955 reprimieron y asesinaron peronistas de variada condición. No funcionó conforme lo previsto.

Ahora se lee que el kirchnerismo es una derivación del alza del precio de las commodities, que caerá con su merma. Quizá todo sea más complejo o interesante.

Por ahí hay fuerzas o liderazgos que sintonizan con los intereses populares aunque no den siempre en la tecla. La dimensión emocional del peronismo, tan esquiva u odiosa para sus adversarios, acaso sea consecuencia de la afinidad profunda entre mandatarios y ciudadanos antes que síntoma de la irracionalidad de los más humildes.

No es sencillo medir la magnitud de los cambios sociales, de la redistribución de riquezas, bienes inmateriales y hasta prestigio. Acaso un baremo sea las reacciones que suscita entre los nuevos titulares de derechos, los que mejoraron posición relativa cotejado con los que la pasaban mejor con el Ancien Régime. 
El rencor, a menudo la furia que se prodiga contra esos dos estadios del peronismo (que tuvo otros, peores) podría ser un termómetro que comprueba la magnitud de los avances.

Con otra vara podrá suponerse que se obraron cambios reformistas, matizados, zigzagueantes que son los más habituales dentro del sistema democrático.

Scioli no es a Cristina lo que Dilma a Lula. Es menos, por decirlo rápido. Tampoco es lo que Duhalde fue a Menem. Es más y distinto cualitativamente. Si venciera, se le traslada un legado que es un capital enorme y un mandato popular inequívoco.

Especular sobre el futuro es tentador aunque muy trabajoso cuando quedan tantas incógnitas por develar empezando por el veredicto ciudadano. Si se repitiera el trazado del mapa de preferencias en las elecciones provinciales y en las Primarias Abiertas se corroboraría que hay un lazo firme entre los sectores populares y el FpV. Un diseño de pertenencias que sugiere que las clases sociales perviven y tienen identidad. En cómo eligen, en cómo se pronuncian y aún en cómo se vinculan afectivamente con ciertos gobernantes.

Morderse la cola

En campaña, se habla sobre la campaña. Es imposible seguir todos los debates o reportajes en radio, diarios o la tele pero una panorámica trabajosa permite notar que muchos candidatos priorizan hablar sobre las encuestas. Los del Frente para la Victoria explican que ganarán en primera o, como poco, en segunda vuelta. Los de PRO que no sucederá así y que Mauricio Macri vencerá en el ballottage. Los aliados de Sergio Massa “informan” que ya alcanzaron o superan al PRO.

En una sociedad abierta cada quien es dueño de elegir su temario. Sorprende que numerosos aspirantes al voto popular se caractericen como consultores en vez de arrimar propuestas o ideas fuerza o discursos sobre el país que desean.

El “debate sobre el debate” es una vuelta de tuerca que se desinfla. Este cronista entiende que todo tipo de difusión es válido y algo suma. Dicho esto, no comparte que un debate entre candidatos sea un estadio superior de la civilización. La experiencia comparada no es tan unánime como se narró en los medios en estos días.

El debate del domingo pasado no ayudó a los apologistas extremos. Fue híper reglado como sucede, por ejemplo, en España. El formato acartonó a los competidores. Fue difícil rescatar una idea novedosa, algo no enunciado en la maratón de intervenciones periodísticas que tienen todos a diario. Los periodistas cumplieron la función de maestros de ceremonias. No quisieron o no pudieron preguntar ni menos repreguntar.

La cobertura posterior se centró en la faz competitiva: quién ganó y quién perdió. El Gran Jurado dominante dio por gran derrotado al gobernador Scioli quien para ellos lo estaba de antemano, por no concurrir.

De nuevo: todos tienen derecho a argumentar y es más que lícito que cada uno lo haga como le parece o conviene. Lo que quedó pendiente es calcular el aporte real de lo sucedido tras un par de horas bastante aburridas.

Las consideraciones sobre el rating no atañen a este cronista: una polémica puede ser interesante y hasta profunda sin congregar taaanta audiencia. Pero la obsesión de los comunicadores VIP por saber cuánto “midió” sincera cuál es su escala de valores, mediática y política.

– Macri inaugura una estatua de Juan Domingo Perón. Uno supone que sus partidarios no le creen pero adscriben a una táctica de real politik que supone que los peronistas son zonzos y se dejan engrupir fácilmente.

– Se anuncia que Massa apoyará a Macri si éste llega al ballottage. Sería un bombazo si no fuera el propio Mauricio quien lo dice.

– El gobernador Juan Manuel Urtubey formula anuncios exorbitantes sobre un potencial acuerdo con los fondos buitre. Se ignora su legitimidad para hacerlo. Se entiende que construye su propia imagen, vaya a saberse para qué. Su palabra lo autoexcluye de intervenir en cualquier tratativa futura. Ni aun el más abdicante de los negociadores (la Argentina tuvo demasiados) se rinde al adversario antes de sentarse a conversar.

Teorizar sobre la comunicación es complejo, muchas son sus variables y las posturas posibles. Nadie niega, a esta altura de la civilización, que los receptores tengan protagonismo y que su ecuación incida en el resultado.

La audiencia, “la gente”, “la ciudadanía”, “el pueblo” o la designación colectiva que usted elija lucen poco conmovid@s o interesad@s en la frondosa oferta que se le propina. Hay quien cree que es apatía o desinterés. También podría suceder que haya definido sus preferencias en las Primarias Abiertas y ahora espere para hacerlo de nuevo. En el ínterin puede preferir volcarse al laburo, la vida privada, el ocio.

Se podrá interpretar mejor qué está pasando cuando se conozcan el nivel de participación y los resultados. De cualquier modo, ante el aluvión poco creativo y nada novedoso, la reacción predominante parece sensata sin autorizar conclusiones prematuras y más lanzadas.


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