15 oct 2015

El kirchnerismo, según Ricardo Forster

Buenos Aires.- 

A días de que el fundador y líder del Frente para la Victoria (FPV) Néstor Kirchner, asumiera la presidencia con un exiguo caudal de votos (22 por ciento), el diario oligárquico La Nación vaticinó: “La situación es tal que vale la pena registrarla: la Argentina ha resuelto darse gobierno por un año” (15/5/03).

15 octubre 2015 |
Ricardo Forster (1957), sostuvo una larga entrevista con La Jornada.
Ricardo Forster (1957), sostuvo una larga entrevista con La Jornada.

Cuatro años y medio después, Kirchner se retiró con una imagen positiva de 70 por ciento, entregando el bastón de mando a su esposa, Cristina Fernández, quien ganó las elecciones con más de 45 por ciento de los votos. Triunfo que repitió en 2011 con creces (54 por ciento), y con logros económicos y sociales que hoy, a un mes de los comicios presidenciales, le han representado una imagen positiva cercana a 60 por ciento.
En diciembre de 2007, en el acto de asunción, Cristina dijo que su tarea no iba a estar terminada “…mientras exista un pobre en la Argentina”. A más de expresiones que movieron el esqueleto de los grupos dominantes: “No vine a ser la gendarme de la rentabilidad de los empresarios…”. Entonces, el multimedio monopólico Clarín lanzó esta vez el alerta: “Una militante de los tormentosos 70 llega al centro del poder” (12/12/07).
Con vacas gordas y una firme política de distribución del ingreso, el primer gobierno kirchnerista había conseguido sacar al país del hoyo negro de 2001-2003. Política que le permitió ensanchar su base social, con relativa estabilidad institucional. Sin embargo, la crisis económica mundial que arrancó en 2008 sacudió a los gobiernos de Cristina, junto con las crecientes y sostenidas agresiones de Washington, los fondos buitres de Wall Street, y la súbita muerte de su esposo en 2010.
La ininterrumpida ofensiva de las derechas contra el FPV, empezaron en marzo de 2008. La Sociedad Rural (enemiga histórica del pueblo argentino) declaró un paro agropecuario contra un proyecto de ley que establecía la movilidad de las retenciones a las exportaciones del sector, de modo que las mismas aumentaran cuando el precio internacional subiera, y disminuyeran cuando bajara. El “lock out” patronal duró cuatro meses teniendo, como nota de color, el eco de folklóricos grupos trosquistas que en las calles coreaban: “¡el pueblo unido, jamás será vencido!”.
Sometida a votación, la ley terminó empatada, tocándole el desempate al presidente del Senado y vice de la nación, Julio Cobos (radica). Insólitamente, y a pesar de haberse manifestado a favor de las retenciones móviles, Cobos votó en contra de la ley. Y fue durante esta crisis que surgió la formidable experiencia de Carta Abierta, espacio que nació en la Biblioteca Nacional, y allí empezó a funcionar sábado a sábado, a modo de asamblea sabatina.
Carta Abierta agrupó a intelectuales de trayectoria pública reconocida, o vinculadas a la cultura, la educación, las artes, el periodismo y las ciencias: Horacio González (ensayista), Ricardo Forster (filósofo), Nicolás Casullo (politólogo), David Viñas novelista), Horacio Verbitsky (periodista), Norberto Galasso (historiador), Fernando Birri (cineasta), José Nun (sociólogo), y un largo etcétera.
El primer análisis de Carta Abierta acuñó la expresión “clima destituyente”, y fue suscrito por 750 intelectuales de distinta filiación ideológica, que salieron en defensa del “gobierno democrático popular amenazado”, condenando “…el desprecio por la legitimidad constitucional”, y proponiendo dar la “batalla cultural” contra los medios de comunicación que “…gestan la distorsión de lo que ocurre, difunden el prejuicio y el racismo…sin la responsabilidad por explicar, informar, ni reflexionar con ponderación las mismas circunstancias conflictivas y críticas sobre las que operan”.
En su casa del barrio porteño de Coghlan, uno de los principales impulsores de “Carta Abierta”, Ricardo Forster (1957), sostuvo una larga entrevista con La Jornada. Exiliado en México a finales del decenio de 1970, doctor en filosofía, político, admirador de Hugo Chávez, autor de varios títulos sobre la coyuntura política argentina, o el pensamiento de Walter Benjamin, Forster encabeza hoy la “Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional” (SPN), entidad que depende del Ministerio de Cultura dirigido por Teresa Parodi.
II
“La aparición de Néstor Kirchner tuvo algo del azar, de lo inesperado y fortuito. Por esto me gusta una imagen de Walter Benjamin en el sentido de que la historia no es acumulación, evolución, progresión, sino que es un dislocamiento”. El titular de la SPN agrega: “Por supuesto que sin la lucha de los movimientos sociales, de los piqueteros, de la crisis del modelo neoliberal y el derrumbe del gobierno de Fernando De la Rua no hubiera pasado lo que pasó después. Pero el kirchnerismo fue la quiebra de un decurso”.
-¿”Dislocamiento” y “decurso” con respecto al peronismo?
RF: el kirchnerismo tiene, en efecto, un origen político con mucho detrás. Sin embargo, todo el proceso posterior fue una ruptura de cierta repetición de la vida social y política argentina. Una suerte de reinvención que trajo la novedad, la sorpresa, la conmoción.
-¿Cómo transcurrieron las distintas etapas del kirchnerismo?
RF: primero fue la política de derechos humanos. Una causa que sólo era reclamada por sectores minoritarios, pero que a Néstor le permitió interpelar éticamente a la sociedad, transformándola en acción. Otra etapa fue el conflicto con el sector agroexportador durante el primer gobierno de Cristina. Y la tercera se inició tras su muerte prematura, cuando las intuiciones y simpatías dispersas de su obra empezaron a tomar fuerza y consistencia.
-¿Por qué un político “tradicional” como Kirchner, quien llegó a la presidencia con poco más de 22 por ciento de los votos, priorizó en su agenda los derechos humanos, causa que no garantiza votos?
RF: Néstor fue un político singular. Sentía que estaba en deuda con su generación, con sus muertos, con su memoria política. Así comprendió, con mucha intensidad, que no era posible una reparación de la Argentina sin una nueva política de derechos humanos. Y por allí vislumbró la posibilidad de un fortalecimiento ético para un proyecto que necesitaba legitimidad y legitimación.
-¿Cuál fue la reacción la sociedad?
RF: La derogación de las leyes de “punto final” y “obediencia debida”, tuvieron un impacto emocional, político y cultural muy fuerte. La vuelta a la trama judicial, los juicios contra los genocidas, la decisión de reformar la Corte Suprema, sorprendieron a toda la sociedad. De repente, los argentinos oían a un presidente decir que venía en nombre de una “generación diezmada”, mientras en el Colegio Militar ordenaba al jefe del Ejército descolgar los cuadros de Videla y otros responsables del terrorismo de Estado (1976-83).
-¿Y la de los partidos políticos?
RF: la inmensa mayoría de la sociedad argentina había cerrado el expediente de los derechos humanos. Mal cerrado, pero cerrado. Para el alfonsinismo fue parte de una circunstancia histórica, y al peronismo institucional jamás le interesó el tema. Entonces, Kirchner rompió con una perspectiva, una línea, una historia del peronismo, introduciendo una mirada y acciones económicas, políticas, sociales y jurídicas que fueron perturbadoras para los partidos.
-¿En qué consistió su propuesta?
RF: todas las medidas del primer gobierno kirchnerista revistieron un carácter progresista, de ampliación democrática y de reparación, que iban dirigidas a salir de la noche social. Lo primero que hizo Néstor fue acercarse a los movimientos sociales, diciéndoles que el Estado no los iba a reprimir, sino que los iba a incorporar a un proceso de reconstrucción de la vida social.
- ¿Ahí es cuando surgen agrupaciones juveniles como “La Cámpora” y otras similares?
RF: No. “La Cámpora” empezó un poco después, a partir de la ofensiva golpista del sector agroexportador (inicios del primer gobierno de Cristina), junto con las asambleas de los intelectuales de “Carta Abierta”, el debate sobre la ley de Medios, y programas de la TV pública de gran audiencia como “678”.
-¿Cómo tomó Kirchner los análisis de Carta Abierta?
RF: Néstor llegó a nosotros cuando ya no era presidente, y una semana antes de la votación que terminó rechazando la ley de retención a las exportaciones agropecuarias. Allí comprendió que Carta Abierta era algo distinto, y de nuestros documentos tomó expresiones como “clima destituyente”, “restauración conservadora”, “nueva derecha”. Con Néstor se dio un diálogo, y en momentos de gran soledad se preguntó: “¿Quiénes son estos tipos? ¿Cómo es que me apoyan estos tipos que vienen del mundo universitario y de la cultura, y que al estilo de las clases medias argentinas, al modo venezolano, son todas antikirchneristas?”.
-¿Cristina lee los documentos de Carta Abierta?
RF: Me consta que sí. Pero no somos “usina ideológica” o interlocutores cotidianos que nos juntamos con la presidenta para discutir de política. Hubo una sola reunión importante con ella, a inicios de 2009, y por pedido nuestro.
III
Autor de “La anomalía kirchnerista” (Planeta, 2013), compilación de ensayos de alto voltaje conceptual, Ricardo Forster (RF) dice a La Jornada:
- Con la recuperación de la democracia (1983-89), el gobierno de Raúl Alfonsín sentó a los responsables del terrorismo de Estado en el banquillo de los acusados. Sin embargo, el alfonsinismo partía de la premisa de que la dictadura había borrado a la generación de la revolución. Y tanto la borró, que en los juicios contra los genocidas, las víctimas fueron invisibilizadas. No había habido compromiso político, militancia, resistencia, lucha guerrillera. Sólo “desaparecidos”. Y al empezar el decenio de 1990, cuando el neoliberalismo puso contra la pared a los proyectos de izquierda y nacional populares, el menemismo indultó a los responsables del terrorismo de Estado.
- ¿En qué consistió la anomalía kirchnerista que usted trata en su libro?
RF: El kirchnerismo no sólo ha sido una fuerza política, sino también un relato de la historia que liberó fuerzas que estaban obturadas en la sociedad. V.gr.: intelectuales críticos y luchadores sociales dispersos, fragmentados, desvinculados, con sus lenguajes destrozados, y que veían a la política como una actividad nauseabunda. Entonces, el kirchnerismo no se propuso tan sólo discutir únicamente el presente de la política, sino redefinirla con relación a las estructuras simbólicas y alegóricas de nuestra memoria.
- ¿Qué actitud asumieron las izquierdas no peronistas?
RF: Algunas sintieron que Kirchner les quitaba sus banderas, y otras entendieron que volvía a abrir aquellos debates ferozmente interrumpidos por el terrorismo de Estado. Para las izquierdas, Argentina es una anomalía. Los procesos de Bolivia, Ecuador, Venezuela se definen de izquierda, y uno diría que el de Argentina no lo es. Sin embargo, en varios aspectos, ha sido el más radical.
- Durante la crisis de 2008, frente a la ofensiva golpista del sector agroexportador, las izquierdas latinoamericanas guardaron silencio, reditando una conducta similar a la mostrada en la época del terrorismo de Estado…
RF: Claro. Pero ahí, el equívoco lleva el nombre de peronismo. Y también tiene que ver con cierto ombliguismo que piensa la realidad de manera autoreferencial. En los intelectuales europeos, y en muchos latinoamericanos, subyacen fuertes prejuicios hacía el populismo. Actitud que no han desmontado, ni piensan desmontar. Pues si el populismo está para ellos más cerca de la xenofobia derechista, nacionalista, fascistoide, el peronismo, que sería su más pura destilación, no puede ser de izquierda. Un pensamiento esquemático y propio de los que tienen resuelto todo de antemano.
-       ¿Ombliguismo argentino?
RF: En las izquierdas, y en la tradición del peronismo, el latinoamericanismo había sido una retórica en la que afirmar nuestra pertenencia a América Latina quedaba bien. La cultura hegemónica se sentía más cercana de los debates europeos. Por formación, salvo los que tuvieron la posibilidad de vivir en otros países latinoamericanos vía exilio o lo que fuere, pocos se ocupaban de América Latina. Los intelectuales permanecían más ligados a Estados Unidos o Europa, vistos como faros civilizatorios o emancipadores. Ahí estaba todo: los libros, los mitos, la revolución, el capitalismo, el socialismo, la cultura, la industria cultural. Y salvo en la forma del turismo, América Latina era un lugar desconocido. La mitologización de lo nacional popular vino después, con el encuentro de la mayoría de los militantes de la izquierda peronista con las tradiciones nacional-populares y el marxismo.
- ¿Cambió el kirchnerismo la percepción de lo latinoamericano desde Argentina?
RF: Del brutal desconocimiento de otras épocas, se avanzó bastante. Es verdad que en otros momentos de nuestra historia, hubo una relación más estrecha con fenómenos que acontecían en algunos países latinoamericanos. Pero con señales muy potentes, el kirchnerismo dio un giro espectacular, colocando a la Argentina en un lugar que nunca antes había estado: el “No” al ALCA en Mar del Plata (2005), las relaciones con Lula, Chávez, Evo, Correa, Mujica, fortalecieron nuestras relaciones con América Latina.
- ¿Cree usted que chavismo y kirchnerismo son vasos comunicantes?
RF: Hugo Chávez fue una figura fascinante y fantástica de este período histórico. El líder de la revolución bolivariana comprendió la necesidad de generar las condiciones de un pensamiento y de una historización latinoamericanista, que no existía. O que existía en los cenáculos de los eruditos, de los estudiosos de la literatura, del pensamiento y la historia.
IV
Conducido por Teresa Parodi, el nuevo Ministerio de Cultura (junio 2014), aspira a dejar atrás el histórico desencuentro que desde la época de la independencia alejó a Buenos Aires del “interior”. Dos meses después, se creó la “Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional” (SPN), entidad que junto con otras de Ministerio apuestan a generar un debate democrático, federal y plural sobre las tradiciones políticas de Argentina y América Latina, actualizando sus legados y “…aquellas ideas y acciones del presente que anhelan la emancipación social”.
El objetivo de la SPN apunta a recorrer el pasado y el presente que moldean el pensamiento político, cultural e ideológico argentino, organizando encuentros regionales, debates, y actividades que recuperen y potencien las herencias, hitos y producciones de las tradiciones políticas del país. Así, en los últimos meses hubo cuatro programas de trabajo: “Foros por la nueva independencia”; “Imaginación política”; “Imaginación cultural” y “Diálogos de América Latina y el Atlántico”.
La oposición atacó la creación de la SPN, y algunas vertientes del ultracompetitivo y nada generoso mundillo cultural argentino, criticaron también la designación de Forster.
RF: A ver…en primer lugar, yo no le hubiera puesto nunca ese nombre tan complicado, que se prestó inmediatamente a la reacción. Con todo… ¿qué es el “pensamiento nacional”? Nosotros nos formamos con sospechas de la palabra “nacional”, porque nos remitía al bando franquista contra la república española, y a la derecha del peronismo. La paradoja fue que, al mismo tiempo, esto le dio a la SPN una resonancia que no hubiera tenido de haber sido llamada Secretaría de “Acción Sociocultural”, o de “Pensamiento Argentino”.
-       ¿Qué manifestaban las críticas?
RF: La oposición mediática vio la SPN como un “comisariato político orwelliano”, con mezcla de Stalin, Hitler, Mussolini y Franco. Y luego, las críticas del nacionalismo pedorro con olor a naftalina, o las de la izquierda anacrónica que ven al kirchnerismo como cosa rara.
- ¿Resulta pertinente habar de un “pensamiento latinoamericano”?
RF: Yo creo que debemos de cuidarnos de construir nuevas esencias de lo latinoamericano. Porque no hay un pensamiento latinoamericano. Hay nombres, corrientes, inquietudes, construcciones teóricas. Un caleidoscopio en el que tenemos un Mariátegui, un Haya de la Torre, un Perón, un Che, un Fidel, un Rodolfo Walsh, y sentís que hay correspondencia. Pero no hay una esencia. La experiencia mexicana no es intercambiable con la argentina, la brasileña con la ecuatoriana, la haitiana con la chilena.
-¿Cuáles serían las semejanzas en lo latinoamericano?
RF: Bueno… provenimos de una conquista común, de una lengua, una evangelización común, de una territorialidad más o menos compartida. Pero cuando vemos cómo España diagramó la estructura virreinal, ahí ya se advierte la fragmentación posterior. Por esto creo que hay algo de proyección mítico utópica de la Patria Grande, o que hubo algo así como un proyecto “traicionado”. Pero cuando analizamos con rigor la historia, descubrimos las dificultades de un Bolívar, de un San Martín, Sucre, O’Higgins, un Artigas.
- ¿Hubo entre los libertadores un imaginario de independencia compartida?
RF: Por supuesto. Pero también hubo regionalismos, y burocracias estatales que ya diferenciaban una región de otra. Por otro lado, los mitos no están mal, ya que le dan a la política una densidad que, de lo contrario, se convertirían en una política neutralizada de manera liberal. Una cosa es decir que la UNASUR, la CELAC, el Mercosur, el ALBA construyen una política regional común frente a la globalización. Fantástico, ahí está el espíritu de Patria Grande. Pero a sabiendas de que no conviene producir nuevos mitos.
- ¿Qué impacto ocasionó el neoliberalismo en las culturas de América Latina?
RF: La globalización se llevó puesta aquella relación al interior de los países latinoamericanos, que a finales del siglo XIX empezaron a construir José Martí, Manuel Ugarte, Alfonso Reyes. El caso de la industria editorial es emblemático. España se convirtió en el gran árbitro de América Latina. Una editorial española publica a un autor boliviano en Bolivia, y si no lo edita en España o no se convierte en negocio, no sale de Bolivia aunque la editorial cuente con sucursales en cada uno de los países latinoamericanos. Esto marca una política, una decisión sobre la lengua, inclusive. Es una política imperial que le funcionó mucho a España. Hace unos días, hablaba con un autor uruguayo acerca de la relación inexistente entre Argentina y Uruguay. No nos leemos. Alfaguara edita a los autores uruguayos en Uruguay. Acá no llegan, salvo que sea un consagrado.
-¿Qué desafíos primordiales enfrenta América Latina hoy, en lo cultural?
RF: Acá, y ahora, la ofensiva conservadora, que está golpeando con planes de educación pensados para vaciar de criticidad el discurso latinoamericanista de los últimos años.
(Entrevista publicada en La Jornada, 23/30 de septiembre y 7/14 de octubre de 2015).