5 jul 2014

Algunas vidas valen más que otras

Algunas vidas valen más que otras

Tras los asesinatos de los tres adolescentes israelíes
Entre el 12 de junio –cuando desaparecieron los tres jóvenes colonos en Cisjordania ocupada– hasta el 30, en que se hallaron sus cuerpos, Israel llevó a cabo la operación Guardián de mi Hermano con el fin explícito de destruir a Hamas, al que Biniamin Netaniahu acusó del hecho –sin ninguna evidencia (véase Brecha, 20-VI-14).
En dos semanas 600 palestinos fueron detenidos, 12 fueron asesinados (incluyendo cuatro niños de 10, 13, 16 y 15 años, el último secuestrado, quemado y torturado hasta la muerte por colonos judíos en Jerusalén este) y dos personas murieron de ataques cardíacos cuando las tropas invadieron sus hogares; hubo más de un centenar de heridos, algunos graves (incluyendo una niña de 4 años deliberadamente arrollada por un auto de colonos en Hebrón); más de 2.200 viviendas fueron vandalizadas con extrema violencia, y decenas fueron directamente demolidas. Además Israel llevó a cabo 35 ataques aéreos sobre Gaza (contra 18 cohetes caseros de la resistencia palestina que, como es habitual, no causaron víctimas).
La ciudad palestina de Hebrón fue puesta bajo toque de queda, el ejército ocupó edificios y azoteas y rastreó todas las localidades vecinas en la zona donde desaparecieron los colonos. No deja de ser sospechoso que con todo ese despliegue (y la eficiencia del servicio de inteligencia israelí) tardaran más de dos semanas en encontrar los cuerpos a pocos metros de donde habían desaparecido. Fuentes calificadas filtraron el dato de que el hallazgo fue muy anterior, pero se ocultó para poder continuar con la operación de persecución de Hamas y la detención de varios centenares de sus miembros.
Poco importó que ninguna organización palestina reivindicara el secuestro de los colonos y que los líderes de Hamas negaran toda responsabilidad. Tampoco se necesita imaginación para darse cuenta de que, si no era para canjearlos por presos palestinos, el crimen no podía reportarle beneficio alguno a Hamas, a sólo dos semanas de haber alcanzado un acuerdo con Fatah y establecido un gobierno transitorio de unidad nacional. Los memoriosos saben bien que esta dinámica no es nueva: cada vez que los palestinos obtienen algún avance en el plano político, Israel lanza una operación para hacer trizas ese logro.
El mismo Ban ki-Moon pidió a Israel que presentara evidencias de la responsabilidad de Hamas en el crimen, y Amnistía Internacional afirmó que la operación de castigo colectivo sobre la población palestina (un crimen de guerra según el derecho internacional humanitario) no haría justicia. Israel, haciendo como de costumbre oídos sordos a las exhortaciones de la comunidad internacional, cercó el barrio de Hebrón donde viven los dos principales sospechosos y procedió a destruir con explosivos sus viviendas; una medida punitiva brutal, sin mediar juicio ni garantía de ningún tipo, que afectó a los numerosos integrantes de ambas familias (incluyendo niñas y niños).
Todos los medios occidentales se han hecho eco de la muerte de los tres jóvenes colonos. Los gobiernos –incluido el uruguayo– no tardaron en condenar el hecho y expresar su pésame a su par israelí. Pero ni unos se molestaron en informar sobre la violencia desproporcionada desplegada por Israel, ni los otros en condenar los 15 asesinatos de palestinos (incluyendo niños y adolescentes) o en expresar condolencias a su pueblo.
Irónicamente, Netaniahu afirmó que los colonos “fueron secuestrados y asesinados a sangre fría por animales”. Uno se pregunta cómo se debe calificar a un ejército que mató a 15 jóvenes en pocos días, o que asesinó a un niño palestino cada tres días en los últimos 13 años, y a 1.500 niños y niñas desde 2000; o que cada madrugada irrumpe con violencia en los hogares palestinos, arranca a los niños de sus camas, los lleva esposados y de ojos vendados con rumbo desconocido, los interroga bajo torturas y los juzga en tribunales militares por el delito de tirar piedras a las fuerzas que ocupan su país.
Ante la parcialidad con que los medios occidentales (des)informan sobre este conflicto, una vez más se debe repetir que la violencia de los ocupados no es la causa de la ocupación: es un síntoma, una consecuencia de la violencia original e impune que desde hace casi 70 años ejerce uno de los ejércitos más poderosos del mundo sobre un pueblo limpiado étnicamente, ocupado militarmente, colonizado territorialmente.
Esta desproporción de los medios y gobiernos parece indicar que para el mundo la vida palestina es barata y desechable, mientras que la judía es sacrosanta. Toda vida humana es preciosa, y la muerte violenta de un joven es un crimen que debe ser repudiado y castigado. Occidente debe admitir de una buena vez que la vida de miles de niños y jóvenes palestinos es tan valiosa como la de tres colonos judíos, y el dolor de sus madres y sus familias es igual de profundo.