Por Rubén Dri
(para La Tecl@ Eñe)
Ramón Gómez Cornet
El fin de la dictadura cívico-eclesiástico-militar genocida y el advenimiento de la democracia generaron una maravillosa utopía. La era de los golpes de Estado había pasado. De ahora en más sólo el voto decidiría sobre los candidatos a dirigir políticamente el país. Pronto se presentaría una desmentida contundente, que sin embargo no fue leída como tal.
Efectivamente, transcurrían los últimos meses del gobierno de Raúl Alfonsín que no había conformado a los centros del poder económico dominante. Ya estaba elegido el sucesor. Era necesario “marcarle la cancha”, hacerle saber lo que le puede pasar si no cumple a carta cabal lo que se le ordena. Se produce entonces una terrible hiperinflación. Nadie podía estar seguro cuando iba al supermercado si el dinero que llevaba le iba a alcanzar para comprar los productos que necesitaba, porque los aumentos eran exorbitantes y variaban, siempre para arriba, de momento a momento..
Ello provocó fenómenos de saqueos que, por otra parte, eran aumentados por vía de los medios de comunicación y del “rumor” que hacía correr la alarmante noticia de que los habitantes de tal villa ya se encaminaban para invadir Buenos Aires. Se produjo un estado de anomia que, guardando las debidas proporciones, se podría asemejar a la que San Agustín contemplaba azorado en el imperio romano azotado por las invasiones germanas y lo llevaba a desesperar de la condición humana. De allí su concepción del ser humano como totalmente corrompido, de tal manera que sólo la espada lo podía hacer entrar en razón.
El primer presidente electo por el voto popular, luego de la dictadura genocida, no pudo cumplir su mandato. Tuvo que renunciar. Se había producido el golpe de Estado de siempre, pero por otros medios. Nacía para nosotros la era del denominado “golpe bando” o “golpe suave”, que, en realidad, puede ser tan violento como los otros, pero con otras armas.
Es evidente que la dictadura genocida representa un corte en la modalidad de los golpes de Estado que se han producido en nuestro país. Hasta esa fecha, el instrumento utilizado para el golpe siempre fue el ejército. Los grandes centros de poder, o sea, las clases dominantes, no se preocuparon por formar un partido político que compitiese electoralmente. No lo hicieron porque no lo necesitaban. Nunca creyeron en el proceso democrático, por lo cual, siempre dejaron que se realizasen elecciones que no eran otra cosa que un juego para que el pueblo tuviese la sensación de ser protagonistas de su propio destino.
En realidad, el destino del país siempre, desde la conformación del Estado moderno, oligárquico, dependiente del imperio de turno, estuvo en manos de quienes detentaban el poder económico. O sea, siempre fue el poder económico el que mandaba sobre el poder político. Eso es lo que quiere decir que el mercado manda sobre la política. En realidad el mercado como sujeto no existe. Es el nombre que se le da a las corporaciones que tienen todo el poder sobre los medios de producción y sus productos, expresados en la moneda. Thomas Friedman, que fue consejero de la que era secretaria de Estado, Madeleine Albrich, lo expresó claramente: “La mano invisible del mercado no funciona nunca sin un puño invisible”.
Para los sectores dominantes el juego electoral es eso, un juego, una obra de teatro que se realiza arriba del escenario, o mejor, un juego de marionetas. El citado Tohmas Friedman expresaba esta verdad afirmando que “para mejorar los niveles de vida había “una sola vía”, que no era otra que “el chaleco de fuerza dorado del mercado”, crecimiento de la economía y achicamiento de la política, de tal manera que en realidad en las elecciones la alternativa es “elegir entre pepsi o coca”.
Ahora bien, los pueblos no lo entienden así y generalmente eligen a quienes expresan sus auténticos deseos, es decir, sus necesidades, las cuales si se satisfacen, lesionan privilegios que las clases dominantes consideran derechos suyos naturales. Ése es el momento en que dan por finalizada la función de marionetas y proceden a dar el golpe de Estado. El juego democrático se da entre golpe y golpe, como un intervalo entre dos funciones.
El instrumento fundamental utilizado, como acabamos de decir, ha sido siempre la fuerza militar. El problema que se planteó a principios de la década del 80’fue el desgaste que sufrió dicho instrumento debido a la bestialidad con la cual fue empleado. Ya, al menos por un tiempo, no era posible volver a utilizarlo. Era necesario buscar nuevos instrumentos con los cuales producir golpes de Estado con nuevas metodologías.
Los instrumentos con los que se realiza el golpe denominado “blando” son variados. Han sido estudiados “científicamente” y ensayados en múltiples situaciones, con suerte diversa. Sufrieron fracasos en Venezuela, Ecuador y Bolivia y celebraron triunfos en Honduras y Paraguay, para citar algunos casos de sobra conocidos.
En nuestro país hasta el momento sólo tuvieron fracasos. ¿Cómo? ¿Se intentó también aquí llevar a cabo esa modalidad de golpe? ¡Vaya si lo intentaron y lo siguen haciendo! Uno de esos intentos fue el lockout de las corporaciones agrarias realizado en el 2008. Es necesario referirse a ello porque incluso en la prensa adicta al gobierno se evitó a toda costa pronunciar la fatídica palabra ¡golpe! “Carta Abierta” fue quien más avanzó en el tema pero sólo hasta el umbral, utilizando el adjetivo “destituyente”, que de hecho dice lo mismo, pero en forma más suave.
Precisamente, uno de los artículos que entonces publiqué tenía como título “El golpe estaba en marcha”. Las preguntas de algunos lectores de Página 12 expresaban dudas al respecto. Hay que tener en cuenta que en la modalidad del golpe clásico no hay objetivos de máxima y de mínima. El objetivo es único, la toma de todas las riendas del Estado para adecuarlo a las necesidades de las corporaciones que detentan el verdadero poder.
La modalidad del golpe blando en cambio, tiene objetivos de máxima y de mínima como extremos, y en el medio, alternativas diversas, apuntando siempre al objetivo de máxima. Ello es así porque no existe el instrumento militar listo para entrar en acción. El golpe blando es pensado como un proceso en cual se va preparando el terreno.
El lockout del 2008, producido por las corporaciones agrarias, eufemísticamente autodenominadas “campo”, incluyó cese de comercialización, cortes de ruta, violentos escraches a funcionarios públicos, manifestaciones callejeras, agitación promovida por la prensa hegemónica, acusaciones de todo tipo contra las autoridades políticas del gobierno, cacerolazos, activismo de los legisladores. Aparentemente todo ello era sólo para frenar la aplicación de la célebre 125 sobre las “retenciones”. Pero el dirigente de la Federación Agraria blanqueó el objetivo de mínima o de mediano plazo, consistente en debilitar al gobierno, y el inefable Mariano Grondona junto con Biolcatti, el dirigente de la Sociedad Rural, el de máxima, terminar con el gobierno de Cristina.
El golpe falló en lo que se refiere al objetivo de máxima, pero puede decirse que en lo referente a los otros objetivos, de mínima y mediano plazo, tuvo avances significativos, entre los cuales hay que computar el voto “no positivo” del presidente del senado, el vicepresidente “traidor” Julio Cobos, y la derrota del gobierno en las elecciones legislativas de medio término.
¿Por qué traemos esto a colación ahora que nos encontramos en un proceso electoral? Precisamente porque este proceso al mismo tiempo que “electoral” es “golpista” en la modalidad del golpe blando. Si hasta hace poco de esto se podía dudar, con lo que en este momento, 27 de agosto, está pasando en Tucumán, ya no cabe duda alguna, sólo certeza.
Es evidente que la dictadura genocida representa un corte en la modalidad de los golpes de Estado que se han producido en nuestro país. Hasta esa fecha, el instrumento utilizado para el golpe siempre fue el ejército. Los grandes centros de poder, o sea, las clases dominantes, no se preocuparon por formar un partido político que compitiese electoralmente. No lo hicieron porque no lo necesitaban. Nunca creyeron en el proceso democrático, por lo cual, siempre dejaron que se realizasen elecciones que no eran otra cosa que un juego para que el pueblo tuviese la sensación de ser protagonistas de su propio destino.
En realidad, el destino del país siempre, desde la conformación del Estado moderno, oligárquico, dependiente del imperio de turno, estuvo en manos de quienes detentaban el poder económico. O sea, siempre fue el poder económico el que mandaba sobre el poder político. Eso es lo que quiere decir que el mercado manda sobre la política. En realidad el mercado como sujeto no existe. Es el nombre que se le da a las corporaciones que tienen todo el poder sobre los medios de producción y sus productos, expresados en la moneda. Thomas Friedman, que fue consejero de la que era secretaria de Estado, Madeleine Albrich, lo expresó claramente: “La mano invisible del mercado no funciona nunca sin un puño invisible”.
Para los sectores dominantes el juego electoral es eso, un juego, una obra de teatro que se realiza arriba del escenario, o mejor, un juego de marionetas. El citado Tohmas Friedman expresaba esta verdad afirmando que “para mejorar los niveles de vida había “una sola vía”, que no era otra que “el chaleco de fuerza dorado del mercado”, crecimiento de la economía y achicamiento de la política, de tal manera que en realidad en las elecciones la alternativa es “elegir entre pepsi o coca”.
Ahora bien, los pueblos no lo entienden así y generalmente eligen a quienes expresan sus auténticos deseos, es decir, sus necesidades, las cuales si se satisfacen, lesionan privilegios que las clases dominantes consideran derechos suyos naturales. Ése es el momento en que dan por finalizada la función de marionetas y proceden a dar el golpe de Estado. El juego democrático se da entre golpe y golpe, como un intervalo entre dos funciones.
El instrumento fundamental utilizado, como acabamos de decir, ha sido siempre la fuerza militar. El problema que se planteó a principios de la década del 80’fue el desgaste que sufrió dicho instrumento debido a la bestialidad con la cual fue empleado. Ya, al menos por un tiempo, no era posible volver a utilizarlo. Era necesario buscar nuevos instrumentos con los cuales producir golpes de Estado con nuevas metodologías.
Los instrumentos con los que se realiza el golpe denominado “blando” son variados. Han sido estudiados “científicamente” y ensayados en múltiples situaciones, con suerte diversa. Sufrieron fracasos en Venezuela, Ecuador y Bolivia y celebraron triunfos en Honduras y Paraguay, para citar algunos casos de sobra conocidos.
En nuestro país hasta el momento sólo tuvieron fracasos. ¿Cómo? ¿Se intentó también aquí llevar a cabo esa modalidad de golpe? ¡Vaya si lo intentaron y lo siguen haciendo! Uno de esos intentos fue el lockout de las corporaciones agrarias realizado en el 2008. Es necesario referirse a ello porque incluso en la prensa adicta al gobierno se evitó a toda costa pronunciar la fatídica palabra ¡golpe! “Carta Abierta” fue quien más avanzó en el tema pero sólo hasta el umbral, utilizando el adjetivo “destituyente”, que de hecho dice lo mismo, pero en forma más suave.
Precisamente, uno de los artículos que entonces publiqué tenía como título “El golpe estaba en marcha”. Las preguntas de algunos lectores de Página 12 expresaban dudas al respecto. Hay que tener en cuenta que en la modalidad del golpe clásico no hay objetivos de máxima y de mínima. El objetivo es único, la toma de todas las riendas del Estado para adecuarlo a las necesidades de las corporaciones que detentan el verdadero poder.
La modalidad del golpe blando en cambio, tiene objetivos de máxima y de mínima como extremos, y en el medio, alternativas diversas, apuntando siempre al objetivo de máxima. Ello es así porque no existe el instrumento militar listo para entrar en acción. El golpe blando es pensado como un proceso en cual se va preparando el terreno.
El lockout del 2008, producido por las corporaciones agrarias, eufemísticamente autodenominadas “campo”, incluyó cese de comercialización, cortes de ruta, violentos escraches a funcionarios públicos, manifestaciones callejeras, agitación promovida por la prensa hegemónica, acusaciones de todo tipo contra las autoridades políticas del gobierno, cacerolazos, activismo de los legisladores. Aparentemente todo ello era sólo para frenar la aplicación de la célebre 125 sobre las “retenciones”. Pero el dirigente de la Federación Agraria blanqueó el objetivo de mínima o de mediano plazo, consistente en debilitar al gobierno, y el inefable Mariano Grondona junto con Biolcatti, el dirigente de la Sociedad Rural, el de máxima, terminar con el gobierno de Cristina.
El golpe falló en lo que se refiere al objetivo de máxima, pero puede decirse que en lo referente a los otros objetivos, de mínima y mediano plazo, tuvo avances significativos, entre los cuales hay que computar el voto “no positivo” del presidente del senado, el vicepresidente “traidor” Julio Cobos, y la derrota del gobierno en las elecciones legislativas de medio término.
¿Por qué traemos esto a colación ahora que nos encontramos en un proceso electoral? Precisamente porque este proceso al mismo tiempo que “electoral” es “golpista” en la modalidad del golpe blando. Si hasta hace poco de esto se podía dudar, con lo que en este momento, 27 de agosto, está pasando en Tucumán, ya no cabe duda alguna, sólo certeza.
“Nosotros reconocemos las derrotas”, expresó la presidenta, “pedimos que reconozcan nuestros triunfos”. El no reconocimiento del triunfo del FPV en Tucumán no se reduce al simple no-reconocimiento, sino a la invalidación del proceso electoral mismo, al cuestionamiento a las elecciones como instrumento político. Todo ese arco opositor “sabía” de antemano que en Tucumán iba a haber fraude, como “saben” de antemano que en su momento habrá fraude en la provincia de Buenos Aires. Aníbal Fernández lo expresó claramente, refiriéndose a Tucumán: “Me preocupa este plan urdido una semana antes para deslegitimar la elección. Todo esto es una situación generada por la oposición por no aceptar un resultado más que claro”.
Las corporaciones que conforman el “poder real”, como dice el programa 6,7,8, nunca se preocuparon por formar un partido político que compitiese en los comicios. Por una parte, porque no lo necesitaban, pues tenían a mano las Fuerzas Armadas, dispuestas siempre a dar el golpe salvador, y por otra, porque les es extremadamente difícil “convencer” a una mayoría ciudadana que, en el momento de votar cuando se trata de puestos ejecutivos por regla general, lo hace mirando a sus intereses reales, contrapuestos siempre a los de las corporaciones del poder.
Con la aparición del PRO por primera vez en mucho tiempo conformaron un partido político, celebrado en general por los sectores populares por interpretar que, de esa manera, la derecha dejaba su accionar golpista y entraba en la competencia electoral. ¡Pura ilusión! “Pedimos que reconozcan nuestros triunfos”, dijo la presidenta. No, ello no es posible, porque en ningún momento entraron en la justa electoral, lo que significa someterse al veredicto de las urnas.
La contienda electoral es utilizada como una de las armas mediante las cuales se degrada el sistema democrático y se lo dispone para la culminación del “golpe blando”. Este “plan urdido una semana antes”, dijo Aníbal. Mucho antes que una semana. Forma parte del “embarre” de cancha que ha de cubrir todo el territorio para que de antemano se sepa que el FPV ha de triunfar con claridad y contundencia.
Los golpes nunca se han ido. El poder real, el de las corporaciones económicas, mediáticas, agrarias, financieras; el que anida en “la Embajada”, el “puño invisible”, ha mutado, ha tomado un caparazón “democrático”, pero no ha cambiado de naturaleza. Sigue siendo el mismo en su ser-otro, diría Hegel. Siempre otro, pero siempre el mismo.
Hoy se lo ve en la cara de Macri, Massa y Ernesto Sanz juntos pidiendo el voto electrónico que le daría transparencia al proceso electoral. Simulan querer cambiar de caballo en medio del río, como diría el general. Pura simulación, pura pantalla que oculta el verdadero propósito de dejar sentado que todo el proceso electoral está intrínsecamente viciado y, en consecuencia, el gobierno elegido, que se da por sentado que será el candidato del FPV, no tiene no sólo legitimidad, sino tampoco legalidad.
Esto no sucede sólo en Argentina. Está sucediendo en todos los países latinoamericanos cuyos pueblos están transitando el camino de la construcción de la Patria Grande, Venezuela, Ecuador, Brasil, Bolivia. El caso más preocupante y por otra parte, el más claro de las intenciones golpistas del “poder real” es el de Brasil. Hubo un proceso electoral complicado que finalmente ganó el PT con escaso margen, pero inmediatamente, estando las urnas todavía calientes, comenzó el proceso golpista de destitución de la presidenta elegida. Los métodos utilizados son semejantes a los que vemos aquí, con las debidas modificaciones que las diferentes circunstancias imponen.
Nadie se puede llamar a engaño. La derecha no acepta la democracia, es decir, la democracia “real”, ésa que otorga verdadero poder a los ganadores de la contienda electoral. En otras palabras, no pueden aceptar que en las elecciones se dispute poder, que no sean sólo una pantalla que oculte el poder real, que sólo se dispute la preferencia por la pepsi o la coca.
Por eso, no puede extrañar que estas elecciones en las cuales según todos los indicios la victoria del FPV está prácticamente asegurada, sean tachadas de fraudulentas por la denominada Oposición, o sea, la representación política del poder, y se reproduzcan en ellas lo que hemos visto en Tucumán. Embarrarán la cancha, lo seguirán haciendo. En esto el movimiento nacional- popular no puede llamarse a engaño, no puede equivocarse, no puede caer en la trampa como en ciertos aspectos se ha hecho en Tucumán. La represión policial fue como un regalo de cumpleaños para todo el espectro opositor.
*Filósofo, teólogo, profesor e investigador en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.